6 de julio de 2014

«Hosgörü» y tolerancia: reflexiones para una hermenéutica

Jorge M. Reboredo*

La tolerancia implica un concepto polisémico que es posible rastrear históricamente y que, además, presenta una multiplicidad de significados en distintas áreas del conocimiento. En el ámbito de la salud, significa la capacidad que tiene un organismo vivo para no modificar su homeostasis ante una noxa o por acción de un medicamento. En este sentido, hablaríamos de falta de capacidad de reacción ante un estímulo determinado y específico. Uno de los criterios de tratamiento en inmunología consiste en aumentar la tolerancia a un alérgeno a fin de que el organismo no reaccione ante su presencia creando malestar al paciente. Existen otras áreas de conocimiento y de actividad donde se utiliza el concepto de tolerancia, como por ejemplo en física, matemáticas, política, religión, diplomacia, jurisprudencia, etc.

En matemáticas, especialmente en relación con los resultados, cuando se admite un cierto margen de error, la tolerancia se refiere a los límites superior e inferior admitidos dentro del valor esperado. Este límite puede calcularse por medio de un criterio estadístico o bien a través de un criterio práctico. De igual modo sucede en física con la teoría del error en el contexto de las mediciones.

Desde la perspectiva política la tolerancia se entiende como la actitud de un grupo mayoritario o de un gobierno cuando éstos no reaccionan ante situaciones que pueden considerarse como desestabilizadoras o como contrarias a sus fines o ideologías.

En educación se podría pensar en la «aceptación» por parte del maestro de criterios diferentes a los esperados, como por ejemplo la aceptación de un niño zurdo.

En el área religiosa ha tenido un uso dilatado pero, a partir de la modernidad, significa una actitud no beligerante hacia alguna minoría o ante un criterio religioso diferente del tradicional dentro de la misma religión.

En la fabricación de alimentos la tolerancia indica el margen que se acepta a partir de un valor establecido, como por ejemplo la cantidad de bacterias presentes en el agua o en los alimentos, o bien cantidad de metales pesados que hay en el pescado.

El diccionario de la RAE (Real Academia Española) dice acerca de la palabra tolerar: «sufrir, llevar con paciencia, permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente; resistir, soportar, especialmente un alimento o una medicina; respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias».

La modernidad, por su parte, plantea una idea con relación a la tolerancia, aún vigente en parte en el imaginario colectivo, relacionada con la acción de soportar o aguantar. Estas concepciones no están vacías de contenido sino que aparecen sostenidas y legitimadas por una relación dialógica, desigual entre las partes implicadas, es decir entre la parte que tolera y la parte que es tolerada.

Desde la teoría de la comunicación y desde una perspectiva dialógica se muestra una relación desigual entre ambos actores; uno de ellos se encuentra en una posición de poder y, desde dicha posición, concede a otro que no la tiene, demostrando explícitamente una relación asimétrica. Si bien el otro sujeto, único o perteneciente a un subgrupo humano social tolerado, convive en esa sociedad, la relación entre ambos tampoco es de igualdad, si tenemos en cuenta que se producen fenómenos de segregación o exclusión social que muestran en la práctica los aspectos negativo de la tolerancia. En la época de la Ilustración la tolerancia adquirió un impulso importante dentro del contexto de la libertad religiosa y como afirmación de los derechos individuales del ciudadano.

El discurso postmoderno se fundamenta en una crítica de la modernidad, la cual no ha sido capaz de dar respuestas al hombre acerca de su vida y su felicidad. No resulta sencillo pensar si este momento corresponde ya a otro período o constituye una transformación de la propia modernidad, en cuyo caso estaríamos en presencia de una neomodernidad. Lipovetzky, en «Tiempos Modernos», aunque no hable de neomodernidad, afirma que no vivimos hoy el fin de la modernidad sino su exacerbación en grado superlativo.

De todos modos, es necesario no confundir los medios con los fines, ya que las críticas en las cuales se basa la postmodernidad para su justificación son válidas, independientemente de la concepción de postmodernidad con la que nos identifiquemos. Ese discurso apuntaba no sólo a la crítica sino que, con los años, se transformó en una denuncia de caída y fracaso de la Modernidad, la cual supuso una redefinición del hombre, cuya finalidad más importante era lograr la felicidad.

El desencanto no es otra cosa que las promesas incumplidas. Una razón ilustrada erigida en el lugar de Dios. Un hombre con la osadía de dominar a la naturaleza y desafiar el futuro a través de los grandes relatos cambiando, por ejemplo, la vida terrenal por la vida eterna. La conquista de la naturaleza es también, como bien dice Heidegger, una instrumentalización del ser humano, que deja de ser persona para convertirse en un complejo entramado social de «cosificación», en «un dispositivo» en palabras del autor.

En la postmodernidad (o neomodernidad) se cambia el imperio de los totalitarismos por el imperio de los sentidos, de lo efímero, lo dionisíaco y lo hedonístico, con sus consecuencias expresadas en forma de egoísmo, superficialidad y frivolidad, como bien lo describe Zygmunt Bauman en su libro «Vida Líquida». La sociedad de la mundialización presenta el desafío de la uniformidad, de la identidad única —concepto muy cercano al de pensamiento único— la cual desarrolla un alto nivel de agresividad y, por tanto, de intolerancia. Ignacio Ramonet define a este pensamiento único como planetario, permanente, inmediato e inmaterial. De tal manera que es un pensamiento mundializador, inmutable, que responde a un tiempo instantáneo y que, sobre todo, no puede ser cuestionado.

En este período el tiempo se manifiesta como instantáneo, impidiendo la reapropiación del pasado, de nuestra identidad, y disolviendo la posibilidad de pensar secuencialmente en un determinado suceso. Es interesante destacar, a favor de la tesis de la postmodernidad como la otra cara de la modernidad, que la postmodernidad también admite la propiedad privada y la libre actividad económica, y que no impugna la lógica capitalista de un sistema basado en la explotación y la dominación. En este sentido, la postmodernidad no sería sino una manifestación de una neomodernidad camuflada, en donde los aspectos fundamentales que conforman la dignidad del hombre son declarados por una parte como un nuevo «relato» mientras que, por la otra, el sistema social es socavado a partir de la pérdida de identidad de las sociedades.

La tolerancia, más allá de sus posibles definiciones, es una virtud y, como tal, se relaciona con un valor. Desde el paradigma moderno la acción de tolerar se relaciona con la ética, especialmente, en este caso, con el principio de no malevolencia. Este principio ético justifica la elección de lo menos malo, es decir, del mal menor, tan utilizado en ciertas áreas del conocimiento como la medicina. Sin embargo, subyace el contexto negativo dentro del principio positivo, dado que no se elige lo bueno sino lo menos malo.

Podemos pensar entonces que la razón moderna trató por diversos medios de justificar la tolerancia e incluso de adaptar su sentido a la época actual a partir de la libertad, la democracia y el pluralismo. Desde la lógica se nos plantea una pregunta: ¿Es infinita la tolerancia ? ¿Existe un límite para ella? Con relación a estas cuestiones, Popper considera que si sostenemos la idea de una tolerancia ilimitada nos encontraríamos con la desaparición de la tolerancia. El ejercicio activo de la tolerancia implica «un quantum» enmarcado en un contexto negativo, no aceptable, no legal, no permitido. El no límite de la tolerancia la hace desaparecer, no la convierte en intolerancia sino que la diluye.

La inclusión de la alteridad es, en mi opinión, el elemento de mayor peso planteado en la actualidad a fin de resolver los problemas que suscita la tolerancia. Implica una actitud frente al otro que se confronta con la actitud ante a uno mismo. La alteridad nos habla de la aceptación del otro a partir de la aceptación de uno mismo y viceversa. Resulta interesante pensar que el mecanismo de formación de la identidad necesita de la participación del otro. Es a partir de él que nos reconocemos en lo semejante y en lo diferente. A partir del otro tenemos conciencia de nosotros mismos y construimos valores como el respeto: Me respeto, luego respeto al otro.

Sería interesante abordar el concepto de tolerancia desde otra perspectiva diferente. En el idioma turco la palabra «hoşgörü», está compuesta por «hoş» (bueno) y «görmek» (ver), lo que significa ver bueno, ver con bondad. Se utiliza con la idea de mirar «bien» a las personas, incluso a aquellas que actúan mal. El propósito de esta actitud se basa en no destruir los lazos de comunicación con la esperanza de poder llegar al otro a través del buen trato y la amistad. Existe una actitud de comprensión hacia el otro, no para aceptarlo sino para ayudarle a su mejor realización. Esta comprensión es muy diferente de la idea de paciencia, resistencia o resignación.

En relación con la tolerancia, el maestro Bediüzzaman Said Nursî escribió en Destellos que aceptar la posición del otro, no criticar sus creencias y sus prácticas religiosas, son condiciones previas si queremos dialogar. El respeto debe ser mutuo; si queremos que respeten nuestras creencias debemos respetar las creencias del otro. En base a ese respeto tampoco se debe mostrar o dar a entender la superioridad de la propia creencia sobre la del otro.

En el pensamiento del maestro Fethullah Gülen, la idea de tolerancia no debe ser entendida según su significación occidental sino más bien como «hoşgörü». La tolerancia entendida como compasión, y la compasión entendida como amor. Es decir, que la compasión se presenta como un sufrir juntos, como una manera de situarse en el lugar del otro, comprender su «aquí y ahora»; y en ese acto de mirar al otro, de estar con él, a través del diálogo, está presente el amor.

Es posible observar que ambas perspectivas han llegado —en sus diferentes trayectorias históricas— a alcanzar un denominador común expresado en el diálogo y el respeto hacia el otro. Existe, sin embargo, una diferencia sustancial entre ambas concepciones. Mientras que la razón moderna sólo nos provee de «lo que se espera», «lo que debe ser»; es decir una pauta de conducta, la tradición que dimana del sufismo no prioriza el conocimiento del deber hacer sino más bien un estado vivencial de conocimiento, una actitud hacia la vida, un pensamiento que se convierte en acción, que nos permite una manifestación del amor.

*Doctor en Humanidades Médicas. Master en Bioética y en Metodología de la Investigación, Profesor Asociado de Ética Aplicada, carrera de Filosofía UCES. Coordinador del Doctorado en Salud Pública. Uces. Presidente SLASS (Sociedad Latinoamericana de Auditoría de Servicios de Salud).

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